La industria de las gallinas ponedoras es una industria en la que la
extrema crueldad que sufren estos animales nunca se da a conocer al
consumidor a la hora de comprar sus huevos. En España, la inmensa mayoría (al menos 80%) de gallinas ponedoras son mantenidas en "jaulas en batería"
o battery hens; las gallinas están
permanentemente encerradas en jaulas y no saldrán hasta que se mueran o
que las maten. Son privadas de espacio, de cuidados médicos y por
supuesto de libertad.
En estas condiciones de cría, viven en jaula unas cinco gallinas y el
espacio del cual disponen es más pequeño que una hoja de papel. La
rentabilidad de la explotación es mayor cuantos más animales almacena,
es decir, cuanto mayor es la densidad de animales. En general, las
jaulas son apiladas en cinco plantas, yuxtapuestas en estantes
larguísimos para maximizar los resultados de producción.
El suelo de la jaula no es estable ni continuo, ya que toda la jaula es
de rejas. Este detalle es importante: no sólo permite que los
excrementos sean echados a las jaulas de los pisos inferiores, sino que
además conlleva el crecimiento excesivo de las uñas de los animales en
un intento para adaptarse al suelo, y esto les causa deformidades y un
dolor insoportable. A menudo, debido a la suciedad y a la alta densidad
de gallinas en un espacio cerrado, los miembros inferiores se quedan
pegados a las rejas debido a una mezcla de excrementos y de sustancias
orgánicas (sangre, pus, etc.). Los animales permanecen así hasta que los
empleados los saquen de la jaula para sacrificarlos, y en ese momento,
los arrancan sencillamente de su cárcel, a la cual los miembros de los
animales permanecen pegados.
Por otra parte, el hecho de que el suelo sea de rejillas impide a las
gallinas satisfacer su instinto natural: estos animales suelen dedicar
mucho tiempo a picotear y revolcarse en la tierra (para quitarse los
parásitos), y por supuesto, este encierro forzado en zonas industriales
les obliga a negar sus instintos.
En estos espacios diminutos, tampoco pueden estirar sus alas, de hecho,
en algunas industrias, el problema suele resolverse mediante la
reducción de las alas, en otras palabas, se les corta la mitad de las
alas. Las gallinas pierden sus plumas, y son oprimidas y heridas por la
constante fricción contra los barrotes de sus jaula. Cualquier
movimiento o ejercicio es imposible, y además, la puesta excesiva de
huevos provoca una pérdida importante de calcio que debilitan al animal,
por no mencionar los tumores en su sistema reproductivo ya que la
puesta de huevos es llevada al extremo. Hay que recordar que estas
criaturas se ven obligadas a poner muchos más huevos que de manera
natural. No, una gallina no pone huevos de forma continua, como todos
los animales, lo hace sólo en determinados períodos y en cantidades
muchas más pequeñas. En su estado natural, suelen producir una docena de
huevos durante el periodo de puesta, mientras que en esta industria, se
pasan la vida encerradas y obligadas a poner más de 300 huevos al año.
El encierro, la falta de espacio vital, el hacinamiento con sus
congéneres, la falta de "comodidad" de las jaulas, las técnicas
utilizadas para forzar la puesta de huevos, como el hecho de mantener
constantemente a las gallinas bajo luz artificial, añadido a otros
estímulos escalofriantes, hacen que su comportamiento se altere, que se
vuelvan agresivas y que ataquen a sus congéneres con el pico e incluso
que lleguen a practicar el canibalismo.
Todo esto sumado a la violencia que sufren y ejercen las gallinas
dentro de sus jaulas hace que los productores pierdan beneficios, y por
ello, se ha extendido la práctica de la amputación del pico. Es una
práctica muy cruel, ya que la operación se realiza sin anestesia o
sedantes, y que requiere un corte en el hueso, cartílago y tejidos;
sería como cortarle la nariz a alguien. La falta de medios por reducir
los costos y la velocidad de rendimiento exigida, hace que esta
operación resulte en la amputación del pico, fuente de dolor horrible,
pero que además, a veces no se "opere" correctamente. Un método que
causa un terrible dolor, lesiones, infecciones, que obviamente, no son
curadas o aliviadas. Inmediatamente después de la mutilación, la gallina
es introducida en su jaula, donde comienza su "nueva vida": condenada a
pasar su vida en prisión poniendo huevos sin parar.
En algunos casos, especialmente si el coste de reposición de animales
es demasiado elevado, se induce la muda a las gallinas para extender su
capacidad de puesta. Este método implica privar de comida a las gallinas
por un período de hasta 18 días, mantenerlas en la oscuridad, sin agua,
para producirle un choque al cuerpo y provocar un nuevo ciclo de
puesta. Por lo general, durante la muda forzada 10% de las gallinas
mueren, las que siguen vivas pierden hasta 25% de su peso.
Las gallinas ponedoras de batería no suelen vivir más de un año. La
única vez que salen de sus jaulas también será la última: muertas o a
punto de ser sacrificadas por dar un rendimiento demasiado bajo. Por
otra parte, su condición física es a menudo tan pésima que no pueden ser
vendidas como carne, por lo que acaban de caldo de pollo, estos famosos
cubitos que todos conocemos.
Para que el consumidor conozca el proceso, los métodos por los cuales se obtienen los huevos y las condiciones de vida del animal existen unos números inscritos en
los huevos. El primer
número corresponde al código de cría, es decir, nos indica de qué
clase de industria procede el producto.
Los huevos de gallinas criadas en jaulas en batería tienen inscrito un número 3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario