jueves, 9 de febrero de 2012

Gallinas ponedoras ( I )

La industria de las gallinas ponedoras es una industria en la que la extrema crueldad que sufren estos animales nunca se da a conocer al consumidor a la hora de comprar sus huevos. En España, la inmensa mayoría (al menos 80%) de gallinas ponedoras son mantenidas en "jaulas en batería" o battery hens; las gallinas están permanentemente encerradas en jaulas y no saldrán hasta que se mueran o que las maten. Son privadas de espacio, de cuidados médicos y por supuesto de libertad.

En estas condiciones de cría, viven en jaula unas cinco gallinas y el espacio del cual disponen es más pequeño que una hoja de papel. La rentabilidad de la explotación es mayor cuantos más animales almacena, es decir, cuanto mayor es la densidad de animales. En general, las jaulas son apiladas en cinco plantas, yuxtapuestas en estantes larguísimos para maximizar los resultados de producción.


El suelo de la jaula no es estable ni continuo, ya que toda la jaula es de rejas. Este detalle es importante: no sólo permite que los excrementos sean echados a las jaulas de los pisos inferiores, sino que además conlleva el crecimiento excesivo de las uñas de los animales en un intento para adaptarse al suelo, y esto les causa deformidades y  un dolor insoportable. A menudo, debido a la suciedad y a la alta densidad de gallinas en un espacio cerrado, los miembros inferiores se quedan pegados a las rejas debido a una mezcla de excrementos y de sustancias orgánicas (sangre, pus, etc.). Los animales permanecen así hasta que los empleados los saquen de la jaula para sacrificarlos, y en ese momento, los arrancan sencillamente de su cárcel, a la cual los miembros de los animales permanecen pegados.


Por otra parte, el hecho de que el suelo sea de rejillas impide a las gallinas satisfacer su instinto natural: estos animales suelen dedicar mucho tiempo a picotear y revolcarse en la tierra (para quitarse los parásitos), y por supuesto, este encierro forzado en zonas industriales les obliga a negar sus instintos.

En estos espacios diminutos, tampoco pueden estirar sus alas, de hecho, en algunas industrias, el problema suele resolverse mediante la reducción de las alas, en otras palabas, se les corta la mitad de las alas. Las gallinas pierden sus plumas, y son oprimidas y heridas por la constante fricción contra los barrotes de sus jaula. Cualquier movimiento o ejercicio es imposible, y además, la puesta excesiva de huevos provoca una pérdida importante de calcio que debilitan al animal, por no mencionar los tumores en su sistema reproductivo ya que la puesta de huevos es llevada al extremo. Hay que recordar que estas criaturas se ven obligadas a poner muchos más huevos que de manera natural. No, una gallina no pone huevos de forma continua, como todos los animales, lo hace sólo en determinados períodos y en cantidades muchas más pequeñas. En su estado natural, suelen producir una docena de huevos durante el periodo de puesta, mientras que en esta industria, se pasan la vida encerradas y obligadas a poner más de 300 huevos al año.

El encierro, la falta de espacio vital, el hacinamiento con sus congéneres, la falta de "comodidad" de las jaulas, las técnicas utilizadas para forzar la puesta de huevos, como el hecho de mantener constantemente a las gallinas bajo luz artificial, añadido a otros estímulos escalofriantes, hacen que su comportamiento se altere, que se vuelvan agresivas y que ataquen a sus  congéneres con el pico e incluso que lleguen a practicar el canibalismo.

Todo esto sumado a la violencia que sufren y ejercen las gallinas dentro de sus jaulas hace que los productores pierdan beneficios, y por ello, se ha extendido la práctica de la amputación del pico. Es una práctica muy cruel, ya que la operación se realiza sin anestesia o sedantes, y que requiere un corte en el hueso, cartílago y tejidos; sería como cortarle la nariz a alguien. La falta de medios por reducir los costos y la velocidad de rendimiento exigida,  hace que esta operación resulte en la amputación del pico, fuente de dolor horrible, pero que además, a veces no se "opere" correctamente. Un método que causa un terrible dolor, lesiones, infecciones, que obviamente, no son curadas o aliviadas. Inmediatamente después de la mutilación, la gallina es introducida en su jaula, donde comienza su "nueva vida": condenada a pasar su vida en prisión poniendo huevos sin parar.


En algunos casos, especialmente si el coste de reposición de animales es demasiado elevado, se induce la muda a las gallinas para extender su capacidad de puesta. Este método implica privar de comida a las gallinas por un período de hasta 18 días, mantenerlas en la oscuridad, sin agua, para producirle un choque al cuerpo y provocar un nuevo ciclo de puesta. Por lo general, durante la muda forzada 10% de las gallinas mueren, las que siguen vivas pierden hasta 25% de su peso.


Las gallinas ponedoras de batería no suelen vivir más de un año. La única vez que salen de sus jaulas también será la última: muertas o a punto de ser sacrificadas por dar un rendimiento demasiado bajo. Por otra parte, su condición física es a menudo tan pésima que no pueden ser vendidas como carne, por lo que acaban de caldo de pollo, estos famosos cubitos que todos conocemos.


Se estima que en el mundo hay unas 4.700 millones de gallinas ponedoras. El 70 al 80% están en jaulas en batería. La legislación de la Unión Europea obligó desde el 2004 a etiquetar a los huevos según el método de producción y las prohibió a partir del año 2012, permitiendo las jaulas "enriquecidas". Estas últimas, se prevé, no aliviarán en casi nada el sufrimiento de los no humanos.

Para que el consumidor conozca el proceso, los métodos por los cuales se obtienen los huevos y las condiciones de vida del animal existen unos números inscritos en los huevos. El primer número corresponde al código de cría, es decir, nos indica de qué clase de industria procede el producto.



Los huevos de gallinas criadas en jaulas en batería tienen inscrito un número 3.

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